Thomas Pynchon es un escritor estadounidense. No acepta fotografía ni reportajes. Hace esto porque se le canta y tiene ideas propias. Por supuesto, su aislamiento llevó a que se lo rodeara de misterio, se llegara a decir que tenía fobia a la gente o que no existía y era J. D. Salinger con seudónimo. Estupideces.
Lo que se sabe de él es que estudió en Cornell un par de años y, se supone, abandonó. Trabajó en la compañía aérea Boeing, pero no figura en la lista de ex empleados. Estuvo en la Marina de Guerra, pero vaya a saberse si estuvo.
De todos modos, Pynchon existe. Pero es un buen negocio editorial rodearlo de misterio e ir creando un mito. Es seguro que existe porque se vio forzado a dar un reportaje a la CNN. Resulta que el tipo salió de la casa y, escondido, lo esperaba un fotógrafo.
Cuando le avisaron que mostrarían su cara actual (se conocen solo sus fotos de veinteañero y no más de una media docena), Pynchon negoció un reportaje a cambio de que no se mostraran las fotos. Parece que su aversión es a las fotografías, no a la publicidad que él mismo alienta, como lo hizo con un video que subieron a You Tube en el que cuenta (con su voz) de qué trata su novela Vicio propio, publicada en 2008.
Yendo a su obra, que es lo que importa de los artistas: escribió novelas de estilo complicado de leer y tramas complejas en las que mezcla erotismo, racismo, militarismo, la represión de la libertad, un poco de todo. A los críticos le gustan y lo consideran uno de los grandes escritores estadounidenses. Hay mucho de cierto en la afirmación. Pynchon escribe bien, dentro de las formas narrativas que tiene la literatura estadounidense de fines de siglo 20 y comienzos del 21.
Su mejor novela es El arco iris de gravedad y hay un par más (entre unas cuantas que escribió) que tienen valor literario, más o menos, de cierta importancia, como Viteland o La subasta del lote 49.